por Bart Hisgen (lmc norteaméricana)
Como un agente pastoral que trabaja en el norte del Perú, soy parte de una comunidad internacional de laicos misioneros que vivo la visión de San Daniel Comboni de servir a los pobres. En lo que sigue me gustaría reflexionar sobre cómo este compromiso nos une—laicos misioneros norteamericanos, españoles, peruanos, mexicanos—y lo que este acontecimiento indica para los movimientos futuros dentro de la Iglesia Católica.
El encuentro de los laicos misioneros combonianos de la provincia de Perú-Chile comenzó oficialmente en el 2009 mediante una serie de retiros. Durante este tiempo compartimos nuestros experiencias, nuestras esperanzas y nuestros desafíos. Mucho de lo que sigue es un resumen de las reflexiones y las conversaciones que están teniendo lugar en nuestro grupo.
No quiero aburrirte con la teoría, vamos directo al grano: lo que los laicos misioneros están tratando de hacer es ni más ni menos que seguir a Jesús entre los pobres. Los pobres en este sentido se refiere a aquellos cuyas heridas se infectan porque no tienen el dinero para sus vendajes, los que no tienen acceso a agua potable y comida nutritiva, las personas cuyas vidas carecen de significado tanto económico como culturalmente.
Nos referimos a los pobres con nombres como Carlos, Naomi, José Luis, Anita y Pedro. En el Perú también los llaman “vecino”. Estamos con ellos cuando ellos se ríen, lloran, cantan y rezan. Somos nosotros los que traen una torta a sus hogares en sus cumpleaños, cuidar a sus hijos mientras buscan trabajo, y pasear en el autobús con ellos al llevar a nuestros hijos a la escuela.
Les digo esto porque creo que los pobres son más que estadísticas a los ojos de Dios. Al igual que ustedes y yo, los pobres son seres imperfectos tratando de vivir una vida mejor. Por esta razón hay poco espacio para idealizar sus vidas. Después que las estadísticas sobre la pobreza y la desesperación se hace públicas, personas reales con sueños, aspiraciones y las uñas sucias despiertan en condiciones inhumanas y trata de hacer algo con sus vidas. Nuestra razón de servir es acompañar a ellos a compartir la vida.
Nosotros laicos misioneros dejamos a nuestros países para convertirnos en vecinos de otras personas en otros países. Esta es la primera etapa de la misión, ad gentes. En la segunda fase, intentamos dar nuestro mejor esfuerzo para seguir el ejemplo de Jesús, sobre todo cuando pone su orden del día al servicio de los oprimidos contra la opresión. "Yo no les llamo servidores, los llamo amigos", dice Jesús. Si en verdad somos amigos con Jesús y con los oprimidos, sabemos lo que les hace daño, lo que les hace sonreír, y lo que podemos hacer para vivir de manera que demostraremos nuestro respeto por sus vidas. No estamos vertiginosos de ciego optimismo. Como María, ponemos nuestra esperanza en manos de un Dios activo en el mundo, un Dios que nunca les falló a los pobres.
San Daniel Comboni tuvo una visión de miles de personas que se unen para aliarse a los pobres y juntos con ellos mejorar su situación. Su visión era la Iglesia—todos los bautizados—activa en el mundo con sus raíces en las relaciones entre ellos. Laicas misioneras Ima (España) y Rocío (México) resumen su ministerio entre el pueblo de habla quechua en los Andes peruanos de esta manera: “Nuestros encuentros con este pueblo son cálidos, fraternos, llenos de sencillez y alegría ... caminar y compartir con ellos lo que somos es una bendición, y como decimos en Rondos, Nistashunqui cuyacunayquipag Jesucristo (Jesús nos necesita para amar)”. Jesús necesita que nos unamos, caminemos unos con otros, compartamos la vida y el amor.
La Iglesia del siglo 21 está ahora más involucra en el ministerio que nunca y todos los indicios apuntan a un crecimiento continuado en los próximos años. Esto se puede atribuir a un redescubrimiento de la amistad como base para el testimonio cristiano y el reconocimiento de que Dios llama a todos los cristianos bautizados en servicio. Como los primeros grupos de seguidores de Jesús, hablamos diferentes idiomas y provenimos de diferentes lugares del globo. Lo que nos une es el deseo común de seguir a Jesús y mantener la esperanza con las personas que viven de pobreza extrema. Nosotros, los hijos/as del Concilio Vaticano II, somos la Iglesia en el mundo actual. ¡Viva la fe! ¡Viva la esperanza! ¡Viva el amor!
que bueno que existan personas que quieran dedicarle a Dios nuestro señor su vida entera en mi pais no hay mucho apoyo para los laicos misioneros,yo quiero ser misionera y no he podico resibir la orientacion necesaria para llegar a cumplir con esta inquietud que tengo en el corazón.Bendiciones en Jesús y Maria.
ResponderEliminarkari627@hotmail.com